/photos/449/449316975/1658056234721.png)
Publicado: 17 de Julio de 2022
Tienes mil tareas pendientes y poco tiempo disponible, demasiado poco como para perderlo repitiendo órdenes, recogiendo las mismas cosas por quinta vez, pidiendo de mil maneras distintas que, por favor, te ayuden a no trabajar el triple. Pero no funciona. Repites las órdenes y peticiones, lo pides por favor, sin favor, por las buenas, a gritos… y ahí está el cambio de rumbo, la nota discordante que hace que todas las conversaciones, el clima en general, sea un grito constante.
Nos acostumbramos tanto a elevar la voz para hacernos notar, para que escuchen nuestras peticiones que se vuelve una rutina en nuestro día a día. Vemos como algo normal que una simple discusión se vuelva disputa por un tono de voz inadecuado.
En este contexto relacional, gritar no funciona. A corto plazo parece la panacea ya que tras un grito “bien dado”, una engañosa calma reina en el ambiente. Pero a medio plazo se nos vuelve en contra, seguro.
¿Por qué gritamos? Porque nos frustramos, porque queremos imponer nuestra opinión, porque no queremos escuchar la opinión de otro y chillando solo oiremos nuestra propia voz, porque estamos demasiado cansados, por costumbre…
¿Por qué gritas tú?
Silvia Bautista. Psicóloga. Collado Villalba. Madrid.