Publicado: 13 de Noviembre de 2019
Ricardo ama a Ricardo. Y para desatar su amor quiere desterrar la conciencia del mundo y la compasión de sus ojos. No quiere comprender nada que se sitúe fuera de los límites de su piel. Y aún así intenta seducirnos con una mueca ensayada que parece la máscara de la comedia. Pero en realidad son los dientes de su alma insaciable. Ricardo nos espera sobre el escenario y, tras pulverizar desde el primer verso la cuarta pared, nos cuenta que la paz le aburre. Es posible, como dice Fernando Savater, que todos los vicios de los seres humanos provengan del miedo a la muerte y del aburrimiento.
Ricardo se aburre en tiempos de paz; esa feliz promesa le convierte en un tullido. Él necesita vivir permanentemente en guerra, pues solo en ese vilo no se siente morir. Y entregado a los mecanismos para conseguir el poder, aunque jamás se plantea lo que hará con el poder si lo consigue. ¿A quien le importa?. El monstruo nos guiña un ojo cómplice y le tendemos la mano para que guíe nuestro paseo por el infierno. Pero tal vez convendría recordar que hay que tener cuidado cuando se mira al abismo… No es fácil conseguir un caballo cuando lo necesitas.
Ricardo III de W. Shakespeare. Versión libre de Miguel del Arco y Antonio Rojano.
Silvia Bautista. Psicóloga. Collado Villalba. Madrid.